Aunque proceda del teatro, la expresión italiana “commedia dell’arte” parece premonitoria de otras comedias y otros artes ajenos a la dramaturgia. Tal vez el título "Comedian" asignado al famoso plátano de Maurizio Cattelan no sea tan arbitrario como pudiera parecer a primera vista, y quizás encierre toda una declaración de intenciones. Si en el primer acto de esta comedia causaron estupor los 120.000 dólares pagados por un plátano, el pasmo es indescriptible ahora que un inversor chino ha elevado la cifra a 6,2 millones de dólares. Cabe esperar que, tras esta apreciación millonaria, la cotización del susodicho plátano no deje de crecer y alcance, en futuras subastas, las cifras astronómicas que harán profético su título: pocas veces en la historia del arte habrá habido un comediante que tenga más merecido ese nombre.
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El feminismo ortodoxo ha rechazado sin ambages la legislación "trans" introducida recientemente en España. Después de haber luchado tanto contra el heteropatriarcado opresor, el feminismo clásico no puede aceptar que cualquier espécimen patriarcal decida, de la noche a la mañana, convertirse oficialmente en víctima del patriarcado —léase mujer— mediante un simple trámite administrativo. Sin embargo, en buena lógica, las herederas históricas de la ideología de género no deberían mostrar extrañeza ante la nueva legislación, perfectamente compatible con esa ideología. Si, como establece la doctrina fundacional de la teoría de género, la feminidad y la masculinidad son meras construcciones socioculturales ajenas a la biología, ¿qué tiene de raro que un hombre decida que su biología no coincide con su construcción social masculina?
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Sin duda, el pintor de la cueva de Altamira destacaba en la tribu por su destreza con el pincel o algo parecido. Con pocos medios y sin haber estudiado en escuelas ni academias, fue capaz de pintar bisontes con asombroso realismo y aprovechar los abultamientos de la roca para imprimir a sus figuras la sensación de volumen. Es de suponer que sus habilidades fueron debidamente recompensadas (tal vez con cecina de bisonte, en espera de que se inventaran los sobaos pasiegos) y justamente elogiadas por las sucesivas oleadas de pobladores magdalenienses, solutrenses y auriñacienses que preservaron las pinturas.
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Una de las guerras más viejas del mundo es la guerra entre el corazón y la cabeza. A veces, el corazón dice: de buena gana lo dejaría todo y no volvería a trabajar. Pero la cabeza corrige: si dejo de trabajar, no tendré con qué vivir. En general, el individuo particular sabe administrarse a sí mismo, y las guerras entre el corazón y la cabeza suelen resolverse con la victoria de la segunda. En cambio, el ente colectivo suele extraviarse más fácilmente por los derroteros del corazón.
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La mayoría de los mamíferos tienen sangre caliente, pelo, dientes, cuatro extremidades y columna vertebral. La evolución los hizo así y, en general, estamos de acuerdo con ese resultado. Naturalmente, podríamos tener preferencia por otro tipo de mamíferos. Por ejemplo, con más extremidades o con capacidad para volar. Gatos con ocho patas, como las arañas. O con dos patas y dos alas, como los pájaros. Cerditos voladores, unicornios, cancerberos... Podríamos decir: la naturaleza se equivocó con los mamíferos, otro tipo de mamíferos es posible. Y abrir una apasionante línea de debate científico y político.
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"Cosette y Marius cayeron de rodillas, inundando de lágrimas las manos de Jean Valjean; manos augustas, pero que ya no se movían... Estaba muerto. Era una noche profundamente oscura; no había una estrella en el cielo. Sin duda, en la sombra, un ángel inmenso, de pie y con las alas desplegadas, esperaba su alma."
Con estas palabras se cierra el relato de Los Miserables, de Victor Hugo. Un monumento literario construido, de la base a la cima, con las más intensas preocupaciones sociales. Una mirada de infinita piedad hacia el destino de los desfavorecidos. Y una verdadera catedral de pensamientos profundamente cristianos, donde el proscrito Jean Valjean, con tantos motivos para dejarse arrastrar hacia el rencor y el odio, elige el camino cristiano de la abnegación absoluta y opta por hacer el bien sin mirar a quién, incluso a sus enemigos más encarnizados.
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La imaginación es un don bastante raro, una veta aurífera. En cambio, las ocurrencias son algo muy frecuente, casi inevitable, como las piedras en los caminos. El arte, que nuestros románticos abuelos hacían con imaginación, suele hacerse ahora con ocurrencias. No siempre, pero casi. Y siendo todos ocurrentes, dirá el lector, ¿cómo es que no somos todos artistas y famosos? Pues porque el artista famoso moderno o posmoderno, además de ocurrencias, ha de tener una fe ciega en su propio talento y en el valor excepcional de sus ocurrencias. Triunfa, más que por artista, por ególatra. Y a veces también por su capacidad de persuasión o su olfato comercial.
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