Como ya es tradición, las oleadas de calor estival han activado las consabidas alarmas políticas y mediáticas, cuyo repiqueteo nos persigue día y noche y nos obliga a dedicar —qué menos— algunas cavilaciones al tema. Posiblemente, las dudas que me han asaltado y los cálculos que he hecho estos días caniculares hayan sido ya formulados con mayor conocimiento y profundidad por autores mejor preparados, pero en todo caso allá va mi cuarto a espadas, más que negacionista, dudacionista.
Para centrar la cuestión, recordemos que, desde que acabó la Pequeña Edad del Hielo a mediados del siglo XIX, la temperatura global ha registrado un aumento ligero y sostenido que el IPCC cifra en 1ºC, más o menos. Para unos, ese aumento es fundamentalmente antropogénico (emisiones de CO2) y augura las peores catástrofes. Para otros, se trata básicamente de una evolución debida a causas naturales y en la que el CO2 desempeña un papel menor.
Entiendo que, en esta batalla contra el cambio climático, la cuestión esencial no radica en determinar cuánto aumenta la temperatura global, sino qué parte de ese aumento se debe a la actividad humana y al execrado CO2. Entiendo también que, si no hay una correlación estricta entre el aumento de las emisiones de CO2 y el aumento de la temperatura, habrá que admitir como cosa cierta que otras causas influyen igualmente en la evolución de esa temperatura.
A ese respecto, la vieja duda recurrente que se me plantea consiste en conciliar el gran desarrollo económico basado en los combustibles fósiles que tuvo lugar en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, por una parte, y la tendencia a la baja de las temperaturas durante el mismo período, por otra. Tendencia a la baja que llevó a algunos expertos a anunciar, allá por 1970, la inminente llegada de un período glaciar, ni más ni menos. Cada vez que uno de estos picos de calor estival desata el alboroto mediático me viene a la mente esa divergencia de las respectivas curvas del CO2 y de la temperatura entre 1945 y 1980. Constatar que la temperatura pueda ascender o descender al margen de las emisiones de CO2 es como rebajar con un poco de agua el vino catastrofista que tanto nos inflama y nos acalora.
Así que he intentado hacer alguna pequeña investigación sobre el asunto. Mi primera sorpresa ha sido que, pese a tratarse de un tema de primerísima importancia, no abundan los datos anteriores a 1990. A partir de esa fecha sí, son abundantes los gráficos con curvas que no dejan de subir. No obstante, aunque escasos, los datos correspondientes a los años 1945-1980 reflejan un importante aumento de las emisiones de CO2, en una época en que la alarma funcionaba en sentido inverso, debido a la bajada de las temperaturas. Por fortuna, ese ya olvidado desencuentro entre CO2 y temperatura es un rayo de esperanza frente al armagedón climático que nos vaticinan cada verano.
Algunos datos (1945-1980)
Emisiones de CO2
En el portal de estadística en línea Statista se presenta el gráfico titulado Emisiones globales históricas de CO2 procedentes de la actividad industrial y los combustibles fósiles de 1757 a 2022, en el que puede apreciarse el acusado incremento de esas emisiones que tiene lugar a partir del decenio de 1940.
La misma evolución en las emisiones globales de CO2 procedentes de combustibles fósiles puede observarse en el portal EPData de Europa Press.
Temperaturas medias en Madrid
En cambio, las temperaturas medias correspondientes al mismo período presentan una clara tendencia a la baja durante el mismo período, según los siguientes gráficos elaborados a partir de las Estadísticas Históricas del Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid.
Puerto de Navacerrada - Temperatura media, 1946-1980
Barajas - Temperatura media, 1951-1980
Cuatro Vientos - Temperatura media, 1945-1980