Este es un blog, al menos intencionalmente, impolítico. Lo cual no significa en modo alguno que sea un blog apolítico (es decir, "ajeno a la política o que se desentiende de ella", según el DRAE). De hecho, casi todos sus artículos tratan sobre temas que ya se han planteado en términos políticos. El retorno a lo impolítico obedece a que, para ver las cosas con un poco de objetividad, hay que despojarlas de su valor político y retrotraerlas a su naturaleza previa a la politización. Por ello, tampoco este blog se siente identificado con la definición expeditiva del término "impolítico" que ofrece el DRAE, a saber, "inoportuno políticamente", que es una definición a medias, porque lo que resulta inoportuno para la mitad de los políticos suele ser oportuno para la otra mitad. Entonces, con permiso de filósofos y filólogos, definiremos lo impolítico como un estado anterior, o en todo caso exterior, a la polarización política. Lo que en el apolítico es indiferencia, en el impolítico es esfuerzo sostenido por alejarse del campo gravitatorio y bipolar de la política. Para rematar este preludio semántico, cabría establecer un paralelismo morfológico con las palabras "amoral" e "inmoral": la primera entraña incapacidad o desconocimiento; la segunda, acción deliberada.
Los humanos tenemos tendencia a dejarnos llevar por la corriente ideológica mayoritaria y buscar el abrigo del grupo. Poner en duda las certezas preestablecidas nos causa desasosiego: la idea de que colectivamente podamos estar equivocados es como un seísmo para nuestro universo sólidamente asentado en esas certezas preexistentes. El gregarismo nos produce una confortable sensación de seguridad y arropamiento comunitario.
La política suele hacerse eco de esas certezas dadas. Los políticos son consumados surfistas de la opinión pública: dicen siempre lo que sus votantes quieren oír. El problema es que, a veces, las certezas mayoritarias son falsas y la política, al hacerse eco de ellas, se basa en falacias. Lo malo de ir en rebaño es que no vemos el acantilado hasta que estamos en plena caída.
Todo lo que adquiere valor político se carga de pasión. Un amigo mío suele referirse a la política como “el fútbol por otros medios”. Vehemencia de seguidores, simpatizantes, partidarios incondicionales... Algo muy reñido con la objetividad. El impolítico trata de salir de ese círculo vicioso y ver los hechos en su desnudez, despojados de la corteza magnética que los polariza socialmente. El impolítico observa desde lejos, desde una burbuja suspendida entre las nubes.
Por poner un ejemplo fácil de entender, el impolítico puede escuchar con el mismo aburrimiento o el mismo entusiasmo “La Internacional” o el “Cara al sol”, el “Himno de Riego” o la “Marcha Real”, porque, tratándose de música, atiende principalmente a su carácter musical, sin que sus tintes políticos sean estorbo para la percepción puramente estética. Por seguir con el ejemplo, la música del "Cara al Sol" carecía por completo de connotaciones extramusicales cuando Juan Tellería la compuso con el título de "Amanecer en Cegama". Aquí, lo que nos interesa son, precisamente, esas partituras "impolíticas" subyacentes en las interpretaciones políticas.
El impolítico no es de izquierdas ni de derechas, pero está atento a las estridencias de ambos bandos y, sobre todo, a sus atronadores silencios. Porque lo más preocupante en los políticos y sus medios de comunicación, o viceversa, no son las posturas que los enfrentan, sino los prejuicios que comparten y las falacias sobre las que están de acuerdo.
El impolítico navega contra corriente casi siempre, y esto es inevitable. Como hemos dicho, los políticos son surfistas de la opinión pública mayoritaria. Sin duda, también crean opinión, pero en menor medida, porque la consolidación de una idea colectiva es un proceso lento, y el horizonte del político son las próximas elecciones. Por fuerza, el impolítico tiene que chocar con el pensamiento predominante, que es la cresta de la ola sobre la que se desplazan los políticos.
Por ejemplo, los artículos de los periódicos suelen reflejar los criterios políticos predominantes y mayoritariamente aceptados. A fin de cuentas, la independencia del periódico, como la del partido político, es muy relativa, porque ambos se deben a sus audiencias. La perspectiva impolítica hay que buscarla debajo, en las opiniones de algunos lectores que, además de ser perspicaces, no tienen nada que ganar ni perder.
Un concepto complementario del de “bloguero impolítico” sería el de “historiador del presente”. Esto también es una mera declaración de buenas intenciones. Historiador del presente es quien trata de ver nuestro mundo actual desde lejos, con la perspectiva con que nos verá tal vez un historiador dentro de varios siglos o, mejor aún, desde la distancia con que nos vería un entomólogo gigante de otro planeta que viniera a estudiar el comportamiento de las hormigas humanas, como en el cuento “Micromegas” de Voltaire.
Para escribir la historia del presente, o escribir el presente con perspectiva de historiador, también hay que inmunizarse políticamente. Por ejemplo, escribir sobre los europeos no significa escribir sobre la política europea, ni sobre la Unión Europea como ente político, sino sobre las corrientes y derivas subyacentes que determinan el rumbo de la historia europea y el destino de la civilización europea. Aunque parezca pretencioso, este es el objetivo. Que en nuestro sistema de valores prevalezca lo apolíneo o lo dionisíaco, lo heroico o lo vulgar, lo racional o lo emocional es más decisivo que las medidas políticas o administrativas que adopten nuestros gobiernos o parlamentos. Esas medidas siempre serán eco de aquellos valores o, dicho de otro modo, la política siempre será la epidermis de la historia.
Dicho lo cual, y habida cuenta de todo lo anterior, es decir, en ausencia de una línea política que restrinja el albedrío del autor, y escribiendo este desde un futuro lejano o un planeta remoto, lo único importante en este blog, como en cualquier otro soliloquio, es estar de acuerdo con uno mismo.