Aunque proceda del teatro, la expresión italiana "commedia dell’arte" parece premonitoria de otras comedias y otros artes ajenos a la dramaturgia. Tal vez el título "Comedian" asignado al famoso plátano de Maurizio Cattelan no sea tan arbitrario como pudiera parecer a primera vista, y quizás encierre toda una declaración de intenciones. Si en el primer acto de esta comedia causaron estupor los 120.000 dólares pagados por un plátano, el pasmo es indescriptible ahora que un inversor chino ha elevado la cifra a 6,2 millones de dólares. Cabe esperar que, tras esta apreciación millonaria, la cotización del susodicho plátano no deje de crecer y alcance, en futuras subastas, las cifras astronómicas que harán profético su título: pocas veces en la historia del arte habrá habido un comediante que tenga más merecido ese nombre.
En términos de arte conceptual, y si se me permite hacer una breve epistemología de la "bananalidad", la comedia de este actor pasivo y nutritivo se escenifica como "caducidad perenne" o "perennidad caduca", que ambos enfoques admite, ya que, si bien la caducidad por putrefacción es inevitable, también es preceptiva la reposición semanal (según el manual de instrucciones que acompaña al rudimentario artificio), y esta es una las lecciones trascendentales que se desprenden de la obra: un elemento tan efímero como un plátano adquiere categoría de perennidad por prescripción facultativa. O dicho de otro modo, el genio del artista (o de su lugarteniente semanal) trasmuta lo perecedero en imperecedero, lo vulgar en excepcional, lo prosaico en sublime. El autor ha dado prueba de gran capacidad previsora al elegir para sustancia de su obra un fruto desestacionalizado y de gran dispersión geográfica, siempre fácil de reponer. Si el fruto elegido hubiera sido un melocotón o una cereza, la obra de arte habría languidecido durante los largos meses de invierno y solo en primavera habría recuperado algún lustre y prestancia. Lo cual nos situaría ante un dilema metafísico, porque las obras de arte extintas no resucitan, aunque sean frutales, como tampoco pueden resucitar los cuadros de Velázquez destruidos en el incendio del Real Alcázar de Madrid en 1734.
Pero, mientras exista, el potencial de la obra no se agota en un par de subastas. Si en lugar de reproducir innumerables frutas, el pintor renacentista Giuseppe Arcimboldo hubiera tenido la idea del plátano adhesivo, sus herederos nos habrían transmitido la obra viva y con todas sus propiedades organolépticas inalteradas al cabo de 500 años, aunque para ello hubieran necesitado unos 26.000 plátanos (a razón de 52 plátanos por año). Análogamente, dentro de 500 años o tal vez incluso más, las generaciones futuras seguirán estremeciéndose frente al humilde plátano que ha obrado el milagro de aunar en un solo elemento lo inorgánico de la estética y lo orgánico de la botánica mediante la puntual reposición de la fruta basada en las instrucciones del prospecto. El eterno retorno de Nietzsche y el río siempre distinto de Heráclito quedan así plasmados en el incansable enmohecer y renacer del plátano.
En cambio, el mayor enemigo futuro de este "Comediante" puede ser su propia naturaleza, por ejemplo si se genera una estampida inflacionaria. Si el actual dueño de la obra decide por su cuenta pegar un nuevo plátano en la pared, nadie sabrá a ciencia cierta cuál de los dos es el original y cuál la copia, ya que ambos serán sustancialmente iguales. Lo cual puede prestarse a nuevas comedias y entregas de gato por liebre. Y si, movido por la ambición o el capricho, el titular de los derechos sigue pegando más plátanos en la pared, tal vez ni él mismo sepa ya cuál es el inestimable original y cuáles las desechables copias. Imaginemos, además, que subyugados por la incomparable belleza y el prestigio ornamental de la obra, otros ciudadanos decidan pegar plátanos sustancial y taxonómicamente idénticos en las paredes de sus casas, y que la moda cunda de tal modo que, al cabo de cierto tiempo, tengamos millones de tales plátanos repartidos por toda la geografía universal. ¿Qué casa de subastas tendrá, en tales circunstancias, criterios para poner precio a una obra sustancial, esencial y materialmente idéntica a la que tiene cada quisque en su casa? A fin de cuentas, tratándose de arte conceptual, lo importante es la expresión del concepto, no la autenticidad del original. Vistas así las cosas, tal vez convenga rebajar las expectativas que teníamos puestas en el futuro milenario del plátano.
También cabe plantear la hipótesis contraria: que el dueño se olvide de reponer el plátano y este se convierta en una piltrafa fibrosa y retorcida. En ese caso, la obra de arte se habrá extinguido para siempre por lesa discontinuidad biológica, y cualquier reconstrucción del artificio será una impostura fraudulenta. La obra original se habrá autodestruido de modo irreparable. Lo cual será, tal vez, un final digno de su principio. Este final no es del todo descartable, y según he visto en numerosos comentarios de los lectores de la noticia, la comedia del plátano es uno de los indicios precoces más fiables del salto atrás de nuestra especie, abocada a la imbecilidad sin remedio y la regresión a estadios evolutivos anteriores. Inspirado por esos comentarios, y tomando pie de Quevedo, he querido rendir mi particular homenaje poético a este "Comediante" que contemplamos con asombro incipiente de antropoides:
Érase un plátano a un rincón pegado,
érase una subtropical banana
amarrada con cinta americana
a un tabique, cual órgano amputado.
Érase este milenio ya mediado
y estaba allí, triunfante del mañana,
la veintiséismilésima banana
dorada en su adhesivo plateado.
Mas ya el tercer milenio concluía
y llegaba de la mano de Cronos
el cuarto, y en la pared resistía
—sin rastro de banano— el adhesivo,
y en el mundo quedaban solo monos
y el arte era un asunto digestivo.