Acabo de ver un vídeo, al parecer de hace unos años, que me ha dejado perplejo. En él, a pesar de su condición de historiador, Ian Gibson se muestra partidario de poner una bomba en el Valle de los Caídos y destruir el monumento. Como no se trata de una ocurrencia aislada, sino que otras voces con peso político se han hecho eco de ella reiteradamente a lo largo de los últimos decenios, el asunto merece cierta atención. La propuesta de voladura del monumento, absurda en un político, lo es doblemente en un historiador. Porque un historiador tiene que situarse fuera las pasiones de su tiempo y ser capaz de analizar los comportamientos humanos con la objetividad del entomólogo.
De hecho, ningún historiador en sus cabales propondría la demolición de las pirámides de Egipto con el argumento de que fueron construidas por enemigos vencidos y esclavizados. Ni de las obras civiles del Imperio Romano, construidas todas ellas por mano de obra esclava. ¿Abajo el Coliseo, el arco de Tito, el acueducto de Segovia?
Toda la grandiosidad arquitectónica rusa se debe al esfuerzo de incontables generaciones de siervos de la gleba. ¿Abajo el Kremlin y el Museo del Hermitage? Por suerte, los revolucionarios rusos tuvieron el buen sentido de conservar para el pueblo lo que se había construido con el sudor y la sangre del pueblo.
En cambio, los revolucionarios franceses de 1789, que presumían de ilustrados, dieron mayores muestras de estupidez cuando echaron abajo toda la galería de estatuas de la fachada principal de Nôtre Dame, que ellos creyeron de reyes franceses, aunque eran de profetas bíblicos. Y también cuando destruyeron la Bastilla, privando a París de otro sólido activo histórico que añadir a su incomparable patrimonio. Y si no hubieran puesto tanto celo en destruir las tumbas reales de Saint-Denis habrían hecho un gran favor a sus herederos ideológicos actuales, que podrían cuestionar, mediante análisis de ADN, la autenticidad de ciertas transmisiones hereditarias.
Casi un siglo después de aquella estupidez jacobina, los revolucionarios de la Comuna parisina de 1871 demostraron que no habían aprendido la lección y prendieron fuego a diversos palacios de París, entre ellos, el de las Tullerías, que los turistas buscan ahora en vano.
Europa está llena de edificios históricos que conmemoran una victoria o que han servido de cárcel o lugar de torturas y ejecuciones de rivales, muy frecuentemente simples discrepantes ideológicos o religiosos. ¿Habrá que destruir la Torre de Londres, escenario de tantos ajustes de cuentas dinásticos y represiones religiosas? ¿Y la Conciergerie de París, antesala de la guillotina para varios miles de víctimas de discordias civiles?
Sin duda, los partidarios de destruir el Valle de los Caídos pensarán que tienen razones muy especiales y poderosas para hacerlo. Eso mismo pensaron, como es obvio, los revolucionarios parisinos que, además de destruir las Tullerías, echaron abajo la columna Vendôme (por suerte, más fácil de reparar) e incendiaron el Hôtel de Ville (destruyendo los archivos civiles más valiosos de Europa) o, en tiempos más recientes, los talibanes que dinamitaron los budas de Bamiyán. Ni éstos ni aquéllos actuaron por capricho, sino seguros de cumplir un designio histórico. Ni unos ni otros pusieron sus bombas o empuñaron sus antorchas con mano dubitativa, sino convencidos de sus poderosas razones de Estado. Los fanáticos son siempre la gente más segura de sí misma.
Vandalismo revolucionario
Las estatuas de la Galería de los Reyes de Notre Dame de París fueron derribadas en 1793 por los revolucionarios franceses, que pensaron erróneamente que representaban a los reyes de Francia, cuando en realidad se trataba de figuras bíblicas. En este daguerrotipo de Vincent Chevalier (1770-1841) pueden verse los huecos aún vacíos de las estatuas derribadas. Las que ocupan actualmente la galería se instalaron con ocasión de las restauraciones llevadas a cabo por Viollet-Le-Duc a partir de 1843. (Fuente de la imagen: Wikimedia).
En mayo de 1871, un grupo de «communards», entre ellos el recién destituido comandante en jefe de la plaza de París, introducen varios carros cargados con materiales incendiarios (pólvora, petróleo, alquitrán) que distribuyen convenientemente y rocían por todo el palacio. El 23 de mayo le prenden fuego, y todo el edificio se convierte inmediatamente en una inmensa hoguera. El incendio durará tres días y convertirá en ruinas lo que había sido residencia real e imperial, pero también sede de la Convención y de los Comités de Salvación Pública y de Seguridad General durante la Revolución Francesa. En la imagen puede apreciarse, coloreado en sepia, el desaparecido Palacio de las Tullerías integrado en el actual conjunto del Louvre. (Fuente de la imagen: Wikimapia).
Al igual que otros monumentos de París, el Hotel de Ville, construido en el siglo XVI, fue incendiado por un grupo de fanáticos de la Comuna parisina en mayo de 1871, cuando la toma de la ciudad por las tropas gubernamentales era inminente. La fotografía muestra el estado del edificio tras el incendio, en el que ardieron también los archivos civiles de la ciudad. El edificio se reconstruyó mal que bien en los años posteriores. (Fotografía de Alphonse Libert. Fuente de la imagen: Orion en aéroplane).
La Abadía de Cluny, construida en tres etapas sucesivas a partir del año 910, dejó de pertenecer a la orden benedictina en 1789, en virtud de un decreto revolucionario de nacionalización de los bienes de la Iglesia. Los revolucionarios destruyeron concienzudamente el edificio mediante minas y voladuras, quemaron sus archivos y saquearon sus bienes y ornamentos. En la imagen se aprecia el aspecto de la Abadía original, junto con una reconstrucción virtual en la que se reproducen de forma realista los únicos elementos que resistieron a las destrucciones y se conservan actualmente. (Fuente de las imágenes: Wikimedia y The Rad Trad).
La demolición de la Bastilla, imponente fortaleza del siglo XIV, comienza la misma tarde del 14 de julio de 1789, tras su capitulación ante el asalto de un destacamento de guardias franceses y una muchedumbre de parisinos armados. El contratista de obras Palloy reúne 800 obreros que comienzan inmediatamente la demolición. Sus piedras se venderán para diversos usos, incluso como reproducciones de "bastillas" en miniatura, aunque en su mayor parte acabarán utilizándose en la construcción del puente de la Concordia en la propia capital. (Fuente de la imagen: Orion en aéroplane).
La destrucción de las tumbas de más de 40 generaciones de reyes y sus familiares en 1793 no fue obra de un grupo de exaltados, sino que se llevó a cabo mediante decreto de la Convención y con sujeción a concienzudos trámites legales de inventario, dictamen de comisiones artísticas, recuperación de metales preciosos para su fundición, etc., lo que hace especialmente absurdo este revanchismo oficial contra reyes muertos mil años antes. Además de la destrucción de artísticos mausoleos, la exhumación de los cadáveres y su posterior inhumación en fosa común de cal viva privó a la ciencia de un potencial material de estudio genético o paleopatológico. En la imagen, el cuadro de Hubert Robert titulado "Violación de las tumbas reales de Saint Denis".
Desde sus orígenes, la basílica de Saint-Martin de Tours fue uno del principales centros de peregrinación de la Cristiandad. El primer templo se construyó en el siglo V y sufrió incendios y reparaciones hasta su completa reconstrucción y ampliación en los siglos XI y XII en un estilo que combinaba elementos románicos y góticos. En los años anteriores a la Revolución estaba en estudio un proyecto para restaurar la basílica, debido a su avanzado deterioro, pero, a partir de 1793, el templo se utilizó como cuadra para caballos, lo que empeoró su estado y precipitó su posterior destrucción. Del antiguo edificio sólo subsisten dos torres (la tour Charlemagne y la tour de l’Horloge). La actual basílica es una nueva construcción de estilo bizantino inaugurada en 1925. En la imagen, la antigua basílica según un grabado procedente del sitio web France balade.