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Cartel de bienvenida a los refugiados en el Palacio de Cibeles (Madrid)

La Unión Europea ha pactado con Turquía la devolución de todos los refugiados que, desde las cosas turcas, lleguen ilegalmente a las griegas. Por cada refugiado devuelto a Turquía desde las costas griegas, la Unión Europea se compromete a aceptar un refugiado legalmente entregado por las autoridades turcas. Toda la atención y la polémica gira en torno al supuesto egoísmo europeo, y nadie parece conceder la menor importancia a un aspecto que tiene mucha: al atenerse al principio de "uno por uno", Europa admite implícitamente que todos los llegados a las costas griegas son refugiados sirios que huyen de la guerra.

Ahora bien, según Frontex (la agencia europea de fronteras), en 2015 entraron en Europa 1.860.421 inmigrantes. ¿Cuántos de ellos venían realmente huyendo de la guerra de Siria? Eurostat señala que sólo uno de cada cinco inmigrantes procedía de Siria. Es decir, casi 1,5 millones de los “welcome refugees” de 2015 fueron simples inmigrantes económicos de otras nacionalidades que aprovecharon la avalancha siria para entrar ilegalmente en Europa. Y no en cualquier parte de Europa, ya que 1,1 millones pidieron asilo político en su destino económico preferido: Alemania.

La Europa de los brazos abiertos está de enhorabuena: ha conseguido que se le colaran como refugiados de guerra un 80% de inmigrantes ilegales procedentes de países tan dispares como Kosovo, Irak o Pakistán. A la luz de esas cifras se comprenden mejor las escenas que circularon por internet en 2015: “refugiados” que no aceptaban otro refugio que no fuera Alemania y que venían tan maltrechos de la guerra que rechazaban las cajas de comida de la Cruz Roja... por eso, por la cruz identificativa que llevaban pintada.

Además de aceptar y legalizar a esos refugiados, Europa se compromete a desembolsar cuantiosas ayudas y, lo que es más importante, a suprimir los visados para los inmigrantes turcos y acelerar el proceso de adhesión de Turquía a la Unión. En definitiva, los refugiados procedentes de sus vecinos del sur acabarán siendo providenciales para los fines de Turquía. Cuantos más inmigrantes -incluidos los verdaderos refugiados- pasen desde Turquía a Grecia, mejores herramientas tendrá Turquía para presionar a la UE.

Dicho de otro modo, a Europa no le bastan los 56 millones de musulmanes (incluidos 26 millones en Rusia) asentados en el continente y cuyo ritmo de crecimiento demográfico llega a triplicar el de los europeos. Por ejemplo, la tasa de natalidad -nacimientos/1000 habitantes- de Alemania (9), reforzada ya por su joven inmigración no europea, es dos veces menor que la de Turquía (17) y tres veces menor que las de Siria (24) o Iraq (31), por citar algunos de los principales países de origen de los inmigrantes en suelo alemán. Por lo que se ve, la UE considera demasiado lento ese ritmo de islamización, así que opta por acelerar el proceso de adhesión de otros 80 millones de turcos, simplemente porque están ahí al lado, como si ese argumento tuviera algún valor. La proximidad geográfica no es una razón para entrar en Europa. Siguiendo ese criterio de vecindad, Marruecos también tendría derecho a cerrar la pinza islámica por el Sur. Y luego, consumada la adhesión de esos dos vecinos islámicos, Siria, Irán e Irak -como vecinos de Turquía-, al igual que Argelia –fronteriza con Marruecos-, podrían invocar su europeidad por simples razones de contigüidad geográfica. Y así sucesivamente, hasta llegar al océano más próximo.

El buenismo es una grave irresponsabilidad, muy reconfortante y contagiosa a corto plazo, pero que empeorará la situación de todos —europeos o no— a largo plazo. No se trata de una dialéctica entre egoísmo y solidaridad, sino entre realismo y utopismo. Para entenderlo mejor: uno puede estar a favor de que Europa dedique recursos muy sustanciales a modernizar África y, al mismo tiempo, estar en contra de que varios centenares de millones de africanos se instalen en Europa. Porque eso acabaría con Europa y, de paso, con las posibilidades de mejora en África. Por si fuera poco lo dicho sobre nuestra floreciente población islámica, no hay que olvidar que la actual presión migratoria de África se multiplicará exponencialmente con el tiempo. La población del continente africano se habrá duplicado con creces dentro de 35 años: los 1.200 millones de habitantes que tiene actualmente África serán casi 2.500 millones en 2050 (la fuente directa puede verse en la web de Naciones Unidas)

Hay que tener presente que la figura del refugiado se creó al acabar la Segunda Guerra Mundial, en principio para atender y repatriar a los europeos desplazados por la guerra y luego para acoger a los disidentes políticos del otro lado del Telón de Acero. El concepto de “refugio” establecido en la Convención de Ginebra de 1951 era un concepto para uso interno europeo, como bien aclaró, precisamente, Turquía en el Protocolo añadido a esa Convención en 1967. Posteriormente, el derecho de refugio se aplicó a otros conflictos en otras regiones, pero siempre con un carácter bastante local y provisional. Ahora nos encontramos ante desplazamientos y migraciones de alcance planetario: desde América Latina hasta China, incluida la mayor parte de África, cientos de millones de personas quieren establecerse en Europa. Si las puertas siguen abriéndose, como ha ocurrido en 2015, el efecto llamada atraerá una avalancha humana incontenible. Adiós, vieja Europa. No es un problema de egoísmo material, sino de continuidad cultural. No hay problema en repartir lo que tenemos: con menos de lo que ahora nos sobra se arregló la generación de nuestros padres. Poco importa que cada oleada migratoria nos haga un poco más pobres; lo preocupante es que nos hará un poco menos europeos.

Ante una situación así, es lógico que muchos ciudadanos perciban la pertenencia a Europa como un factor de debilidad, ya que Bruselas dicta la conducta que deben seguir los Estados y no deja a estos la opción de aplicar sus propias políticas de fronteras. El efecto de esta debilidad será doblemente catastrófico: por un lado, acabará provocando la dislocación de Europa; por otro, hará que cada vez sea mayor el aluvión que inunde, sumerja y ahogue a la sociedad europea.

La solidaridad bien entendida empieza por uno mismo. Las leyes están para cumplirlas; las fronteras, para respetarlas. La tibieza frente a la inmigración ilegal tendrá efectos catastróficos para los europeos y hará la vida mucho más difícil a los no europeos. Cuando esos “welcome refugees” que nuestras élites políticamente correctas acogen con los brazos abiertos en un continente en retroceso demográfico al parecer ya irreversible, cuando esos “welcome muslims” alcancen por simple inercia vegetativa la masa crítica necesaria para imponer su cultura radicalmente incompatible con la nuestra, es decir, cuando Europa haya dejado de pertenecer a los europeos, ¿adónde irán los europeos a buscar asilo?



Cifras para el pesimismo

Tras la avalancha de inmigrantes de 2015, los optimistas razonaron así: “Uno, dos o tres millones de inmigrantes son muy poca cosa comparados con los 80 millones de habitantes que tiene Alemania”.

Para el doctor Adorján F. Kovács, cirujano del Hospital Clínico y profesor de la Universidad Goethe de Francfort, ese análisis es excesivamente optimista porque no tiene en cuenta un importante factor: la edad demográfica de los recién llegados (básicamente, entre los 20 y los 35 años, según las cifras de la Oficina Federal Alemana de Migración y Refugiados).

Por su parte, la Oficina Federal de Estadística calcula en 15 millones las personas que integran ese grupo de edad en Alemania, de los que 3,5 millones corresponden a la población inmigrante ya establecida. Es decir, sólo 11,5 millones de personas de ese grupo de edad son nativos alemanes.

Si, al igual que ocurrió en 2015, cada año llega a Alemania otro millón de inmigrantes, es razonable pensar que cuatro millones más habrán solicitado asilo antes de 2020 y, haciendo un cálculo a la baja, dos millones lo habrán obtenido. Casi todos los solicitantes de asilo son varones que se acogerán al programa de reunificación familiar, lo que añadirá entre tres y ocho personas más por cada beneficiario del régimen de asilo. Es decir, para 2020, el grupo de edad de 20 a 35 años habrá aumentado, como mínimo, en ocho millones de extranjeros, que unidos a los 3,5 millones ya establecidos en Alemania, empezarán a sobrepasar a la población alemana de ese grupo de edad.

Ahora, prosigue el profesor Kovács, pensemos en la situación a 30 años vista, cuando más del 50% de la envejecida población actual haya muerto. Para entonces el ritmo de entrada de inmigrantes y sus altas tasas de natalidad habrán convertido a la población alemana en minoritaria.

[El análisis del Professor Adorján F. Kovács se publicó en la revista The European bajo el título “Wahrheiten zur Flüchtlingskrise” (La verdad sobre la crisis de los refugiados)].



Añadiduras

No borders

Han empezado las devoluciones de refugiados desde las islas griegas a Turquía. Leo que, entre los primeros 202 devueltos, sólo hay dos sirios. El resto (132 pakistaníes, 42 afganos, 10 iraníes...) son inmigrantes económicos. La primera foto del día muestra ¡cómo no! a unos niños con carteles que dicen "No Turkey". Es la vieja batalla de las fronteras europeas: la racionalidad del derecho frente a la sentimentalidad de la imagen.

La segunda foto que veo es una pancarta de la red de activistas europeos "No borders", que preconiza una Europa sin fronteras y sin documentos de identidad, una especie de gran casa okupada, sin puertas ni dueño. Lejos de ser una postura marginal, la filosofía "no borders" está muy generalizada en Europa: los "malos" de la tele no son quienes toman por asalto la valla de Melilla, sino los agentes encargados de guardarla.

Por supuesto, la exhibición de buenismo de los "no borders" se asienta en la seguridad implícita de que seguirá habiendo fronteras y no se verán obligados a deambular, a los pocos meses de suprimirlas, en el caos de una Europa irreconocible y distópica, un inmenso campamento de mil millones de refugiados.