"En el momento en que las mujeres pudieron rebelarse contra su destino de meras reproductoras se produjo una revolución. El mundo donde crecí y el actual no tienen nada que ver", afirma Gloria Steinem en una entrevista concedida a El Mundo. En dos líneas resume así la gran falacia fundacional del feminismo, maquinalmente aceptada por la inmensa mayoría de la población después de haberse repetido durante cincuenta años en todos los formatos posibles.
Para empezar, las mujeres no se rebelaron contra su destino ni libraron ninguna descomunal batalla contra enemigos inexistentes. Simplemente, se encontraron con que las empresas farmacéuticas, a pesar de ser perversos instrumentos del heteropatriarcado machista, inventaron los anticonceptivos para mayor "liberación" de la mujer. Para "rebelarse contra su destino de meras reproductoras" lo único que tuvieron que hacer las mujeres fue acudir a la farmacia más próxima.
Para seguir, lo de "meras reproductoras" es un término irreflexivo e injustamente despectivo. Irreflexivo porque, desde sus orígenes, las mujeres fueron "meras reproductoras" en la misma medida en que los hombres fueron "meros proveedores", es decir, por imperativo de supervivencia. En ambos casos, con un alto coste biológico. Durante milenios, la maternidad fue arriesgada, sin duda. Pero proveer al grupo de recursos y defender esos recursos contra otros grupos lo fue aún más. Entre las tribus de América del Norte, que alargaron la persistencia del Paleolítico cazador y recolector hasta finales del siglo XIX y nos han permitido conocer en tiempo real nuestro propio Paleolítico de europeos cazadores y recolectores, era frecuente la poligamia como único medio de compensar la elevada mortalidad de guerreros y cazadores: reproducirse lo más posible para no extinguirse.
El término es, además, injustificadamente despectivo. "Meras reproductoras", dicen nuestras ociosas feministas... Escuchen, meras abogadas de pleitos estériles, meras profesoras de disparatados estudios de género, meras periodistas de artículos invariablemente victimistas, meras agitadoras del feminismo subvencionado, meras garrapatas del presupuesto estatal, meras ministras de cuota... Antes de que ustedes llegaran con sus corrosivas teorías, las "meras reproductoras" se llamaban "madres", y esa era la palabra más venerada y respetada de la sociedad. Todo palidecía ante la dignidad de la madre. La función de madre fue siempre considerada superior a todas las que ustedes ejercen ahora, después de haberse "liberado" y haber empezado a compartir con los hombres tantos cargos prescindibles como tenemos. No olviden que el sector terciario es un lujo reciente.
Al margen de ese desprecio que ustedes sienten por la función más específicamente femenina, piensen un poco, musas de la revancha. Piensen que nuestros bisabuelos, además de carecer de anticonceptivos, tampoco tenían antibióticos ni vacunas. A mediados del siglo XIX, la mitad de los niños europeos morían antes de cumplir 10 años. Abras por donde abras el libro de la historia, siempre está presente el paradigma del Titanic: las mujeres y los niños, primero. O dicho en términos evolutivos: el futuro biológico de la especie, primero. Si ustedes, las feministas, hubieran hecho acto de presencia con un siglo de anticipación e impulsado con la misma eficacia a las mujeres a "rebelarse contra su destino de meras reproductoras", sencillamente no quedaría ni rastro del mundo occidental. Aunque su empeño no debe darse por perdido: han logrado debilitar tanto nuestro crecimiento demográfico que las distópicas Eurabia o Euráfrica cada día parecen más cercanas.
"El mundo donde crecí y el actual no tienen nada que ver", continúa nuestra heroína, nacida en 1934. Efectivamente, cuando usted tenía 10 años, los varones de su país morían en los campos de batalla europeos y trataban de poner fin al Holocausto en el que perecieron algunos miembros de su familia judía. La masculinidad todavía era útil. Luego llegaron tiempos de bienestar y ocio y empezó la denigración sistemática de todo lo masculino. Las feministas inventaron un pasado milenario de opresores y oprimidas. Hombres que tenían una extraña forma de oprimir muriendo en la guerra, saliendo a alta mar, subiendo a los andamios, bajando a las minas y arrostrando toda suerte de peligros y dificultades para mantener a sus familias. Mujeres que, mientras los hombres se corrían esas juergas, experimentaban una extraña opresión consistente en administrar su casa y criar a sus hijos y que nunca dieron muestras de sentirse oprimidas hasta que llegaron sus “liberadoras” feministas.
En el siglo V a.C., Jenofonte pone estas palabras en boca de Sócrates: "El dinero entra en general en la casa gracias al trabajo del hombre, pero se gasta la mayoría de las veces mediante la administración de la mujer. Si esta administración es buena, la hacienda aumenta; si es mala, la hacienda se arruina" (Económico, III, 15). Es decir, hace 2500 años, las “meras reproductoras”, además de tener en sus manos la responsabilidad crucial de educar a los futuros ciudadanos, eran también las administradoras de la prosperidad familiar, todo ello sin necesidad de la avinagrada, vengativa e infecunda sabiduría feminista.
Apoyo gráfico
Meras reproductoras arrastradas por machistas heteropatriarcales en el Japón tradicional, antes de la liberación feminista
Almuerzo en un rascacielos (1932). Tal vez la foto no sea del todo espontánea, pero da buena idea de la escalofriante rutina de los obreros que se jugaban la vida a diario, un destino seguramente poco envidiado por las feministas de la foto que hay debajo.
Activistas del New National Woman's Party visitan al Presidente Harding en la Casa Blanca para pedirle la aprobación del proyecto de Ley de Igualdad de Derechos en el Congreso (1921).
The Chicago Daily Tribune, 16 de abril de 1912. "El trasatlántico Titanic se hunde: 1300 ahogados, 866 supervivientes. Las mujeres y los niños, rescatados. Las mujeres y los niños suben a los botes salvavidas, mientras que los hombres se quedan fuera. Casi todos los rescatados son mujeres y niños".
Buffalo Express (fecha ilegible): "El buque de rescate llega a puerto. Los supervivientes [del Titanic] dicen que no hubo pánico cuando [ilegible] y que los botes acogieron al mayor número posible de mujeres antes de admitir a los hombres".