El planeta violeta

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El planeta violeta y sus satélites

No se sabe con exactitud en qué época apareció en el firmamento. Algunos aseguran que a finales del siglo XIX, a rebufo del cometa marxista; otros, que en fecha posterior. Primero fue una presencia anecdótica, una excentricidad decimonónica, un asteroide casi inapreciable. Pasó prácticamente desapercibido mientras el siglo XIX mantenía sus duras condiciones laborales en las fábricas, en las minas, en la construcción. Quedó semiolvidado en la primera mitad del siglo XX, mientras la flor y nata de la virilidad europea perecía en revoluciones y guerras. Pero llegó la prosperidad, el bienestar, el crecimiento desmesurado del sector de servicios, el ocio, el aburrimiento... La galaxia socioeconómica creó el caldo de cultivo idóneo para el desarrollo del planeta violeta, que empezó a absorber con avidez la nueva sopa de estrellas o sopa boba astronómica (llamada así por sus cifras estratosféricas). Poco a poco, el planeta violeta se convirtió en un verdadero agujero negro captador de recursos, presupuestos y subvenciones.

Bajo el influjo de esa nueva fuerza gravitatoria en expansión, toda la mecánica celeste empezó a cambiar. Las trayectorias se realinearon. El primer satélite que entró en la órbita del nuevo planeta fue, probablemente, el mundo académico, donde hoy se expiden, por ejemplo, diplomas sobre teoría de género, sin que hasta el momento se hayan notificado casos de rencilla o altercado grave entre el profesorado de género, por una parte, y el de biología o medicina, por otra, a pesar de la absoluta incompatibilidad de sus disciplinas respectivas.

Los partidos políticos se apresuraron también a corregir sus trayectorias y orbitan incondicionalmente alrededor del planeta violeta; cualquier elemento discrepante es arrojado a las tinieblas exteriores.

Los poderes del Estado se han situado también en órbitas cómplices. De hecho, las leyes de género son prácticamente las únicas que se aprueban siempre por unanimidad en las cámaras parlamentarias. Lo mismo ocurre con instituciones europeas, gobiernos, y autoridades regionales y locales, de órbitas impecablemente feministas. En cuanto a los jueces, los pocos que discrepan son también arrojados a las tinieblas exteriores; en general, así ocurre. Incluso el principio de jerarquía, pilar intocable de las fuerzas armadas, se tambalea ante cualquier vaga acusación de acoso verbal.

Por supuesto, los medios de comunicación son los satélites más visibles, aunque por ese lado empiezan a sentirse a veces pequeñas sacudidas centrífugas que imprimen cierta inestabilidad a todo el sistema de órbitas, tal vez tímido presagio de crisis aún lejanas.

Y en cuanto a los ciudadanos en general, un poco por rutina y otro poco por miedo a que les llamen machistas, suelen girar en lentas órbitas de aburrimiento y desinterés, con la boca cerrada porque, a decir verdad, no tienen nada que ganar abriéndola.

El planeta violeta sigue acumulando masa y fuerza. Ya digo, un verdadero agujero negro para los presupuestos. En cuanto a su evolución futura, los astrónomos no se ponen de acuerdo. Unos dicen que acabará en una gran implosión demográfica y cultural, tragándose todo lo que hay a su alredor. Otros que explotará por colisión con un átomo de cordura, como un globo que alguien pincha al final de una fiesta.