La rana hervida

Ya con la vejez en perspectiva, contemplo desde las afueras de Madrid el amplio horizonte que cierran las cumbres del Guadarrama y me reconcilio conmigo mismo al pensar que pronto pasaré a formar parte de ese ilimitado reino mineral que se extiende ante mis ojos. La vieja sentencia "memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris" es la jurisprudencia inapelable que me viene entonces a la mente. Incluso, en momentos de especial compenetración y mediante un proceso de mindfulness vibracional, discontinua, magnética y mesmérica, realizo fugaces viajes astrales a ese mundo impasible y profundo y puedo verlo desde dentro. En él prevalece otra forma de eternidad donde todos los afanes de los hombres pierden sentido. En la cronología del reino mineral, lo mismo cuentan tres mil que trescientos mil o tres millones de años.

A escala humana, las pirámides egipcias nos parecen testigos milenarios de épocas pasadas y su perduración nos llena de asombro. En cambio, considerados con distancia mineral, lo mismo cuentan los monumentos erigidos por los faraones que los más modernos rascacielos. Todos ellos sufrirán lentas erosiones, subducciones y metamorfosis geológicas y acabarán dispersos en un manto uniforme e imperturbable de roca y arena. Cuando culmine ese proceso, no quedará ni el más vago recuerdo de lo que fuimos ni nadie para recordarlo y, mucho menos, para juzgarlo. En el reino mineral no caben juicios de valor ni lecciones de historia.

Mi autopercepción mineralógica se agudiza especialmente en verano, cuando suenan los rebatos hipercalóricos. Arriba, en la capa más superficial en la que se afana el hormiguero humano, la gente se preocupa mucho por el cambio climático y el deshielo glaciar, y se compadece del planeta que sufre tales desgracias. La comunidad política y mediática despliega una vez más su hiperrealidad catastrofista que todo lo invade y recubre. En cambio, aquí abajo, en la eternidad impasible del reino mineral, ese ajetreo estacional carece de sentido. A escala mineral, cuando hayan transcurrido trescientos millones de años, que para el planeta valen lo mismo que tres minutos, todos los detritus de la civilización habrán sido fagocitados por la litosfera, y la historia de la humanidad será una simple traza geológica apenas reconocible. Más arriba, la vida seguirá su curso incierto y azaroso.

No sé cómo habrán hecho los cálculos, pero en algún lugar he leído que la masa biológica de la especie humana en su conjunto pesa menos que la masa biológica total de los insectos del planeta, lo cual debería tal vez ayudarnos a reconducir la estimación de nuestra capacidad para cambiar esta vieja pradera de dinosaurios. En todo caso, desde el punto de vista de las hormigas humanas, mi ya próxima reincorporación al reino mineral será una buena noticia para el planeta, pues dejaré de pertenecer a la especie depredadora y pasaré a formar parte del objeto de sus depredaciones. Dejaré de provocar odio como verdugo y empezaré a suscitar compasión como víctima. Dejaré de pertenecer al enjambre de criaturas hacinadas que arañan la corteza terrestre y pasaré a formar parte de dicha corteza, esa nueva divinidad telúrica y eterna. Es la vieja diferencia ontológica entre ser y estar: dejar de estar circunstancialmente en el planeta y pasar a ser esencialmente el planeta. Antes, al morir, íbamos al cielo. Ahora vamos al planeta, que es como el cielo en la tierra.

Sin embargo, los presagios y augurios proferidos este verano por los zahoríes climáticos están dejando obsoletos mis planes de jubilación mineralógica, que siempre he considerado con cierta flema y parsimonia, es decir, como algo suficientemente lejano y aplazable, un trámite que no corre ninguna prisa. El nuevo dictamen según el cual hemos dejado atrás el nivel de calentamiento global (global warming) y hemos entrado en la etapa de la ebullición global (global boiling) hace urgente alguna escapatoria. Ahora no basta con esperar. Una cosa es el altruismo teórico y formal, y otra cocerse a fuego lento en la vida real sin darse cuenta. Como ya advirtió Al Gore en su melodrama, el peligro está ahora en que uno perezca víctima del síndrome de la rana hervida. ¡A ver cómo me las apaño para dar un buen brinco y saltar fuera de la olla!



Añadiduras

¿El mes más caluroso?

Sin duda, la noticia climatológica del verano la ha protagonizado el profesor Karsten Haustein, de la Universidad de Leipzig (Alemania), al anunciar que julio de 2023 ha sido el mes más caluroso de los últimos 120.000 años. La prensa mundial se ha hecho eco de esa primicia sin esperar siquiera a que finalizara el mes, lo que da idea de las grandes motivaciones profesionales que encierra el sensacionalismo climatológico.

El estudio compara la época actual con el período interglaciar eemiense o Riss-Wurm, bastante más cálido que el actual (baste saber que el nivel del mar se situaba entre seis y nueve metros más arriba que en la actualidad y había hipopótamos en la latitud de Londres). No voy a recurrir al argumento fácil de que entonces no había C02 industrial, porque la climatología a esa escala cronológica es un fenómeno complejo determinado por múltiples y poderosos factores. Ni siquiera voy a escarbar en las temperaturas aproximativas del Período Cálido Romano o del Óptimo Medieval. Como mucho, mencionaré de pasada la parte positiva de un aumento de temperaturas que, lejos de provocar la extinción de la vida, amplió el hábitat de numerosas especies y permitió prosperar al hombre de Neandertal. No obstante, para quedar más tranquilo, he echado un vistazo a las temperaturas oficiales de los últimos años y, al menos por lo que respecta a Madrid, que no cunda el pánico, nos hemos visto en otras peores. La consulta ha sido muy somera, pero allá van algunos ejemplos.

La temperatura media registrada en Navacerrada en julio de 2023 (18,8 grados C) fue inferior a las registradas en 2010 (19 grados), 2015 (20,6 grados), 2016 (18,9 grados) y 2020 (20,2 grados).

En Colmenar Viejo, el mes de julio fue menos caluroso en 2023 (con 25,4 grados de temperatura media) que en 1994 (25,8 grados), 2010 (25,5 grados) y 2022 (27,4 grados).

En Barajas, los 27,6 grados de temperatura media registrados en julio de 2023 fueron inferiores a los registrados ese mes en 2006 (27,7 grados), 2015 (28,9 grados), 2019 (27,5 grados), 2020 (28,2 grados) y 2022 (28,8 grados).

Y, por último, en Torrejón de Ardoz, la temperatura media de julio de 2023 (26,5 grados) también fue superada o igualada en los meses de julio de 1994 (27,1 grados), 1999 (26,5 grados), 2005 (26,7 grados), 2006 (27,1 grados), 2010 (26,6 grados), 2015 (28,8 grados), 2016 (26,7 grados), 2019 (27,2 grados) y 2020 (27,2 grados).

(Los datos indicados proceden de las Estadísticas Históricas del Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid y los resúmenes climatológicos de la AEMET.)