Hiperrealidad de género

La hiperrealidad, para los que no estén familiarizados con el término, es una falsa realidad que se superpone y sustituye a la verdadera. El filósofo francés Jean Baudrillard -creador o, por lo menos, principal divulgador del concepto- nos lo explica de una manera muy gráfica, tomando como base una narración de Jorge Luis Borges sobre un emperador que encarga a sus cartógrafos un mapa de su imperio tan realista que acaba teniendo las mismas dimensiones del propio imperio y superponiéndose a su territorio, de forma que la demarcación real queda oculta por el mapa.

Los medios de comunicación modernos tienen un potencial inmenso para construir cartografías de ese tipo y crear falsas realidades que se superponen a la verdadera y evolucionan de modo independiente de ella. Una vez creado, el simulacro de realidad cobra vida propia y se desarrolla de forma autónoma, al margen de la realidad subyacente. El resultado final es una ficción elaborada y enriquecida por múltiples aportaciones que la hacen mediáticamente más atractiva que la propia realidad, a la que acaba sustituyendo en la percepción colectiva.

Es decir, la realidad “oficial” no es la vida que palpita y respira a nuestro lado, sino el efectismo pintado en el que fingimos creer, el decorado de western que, con sus fachadas sin interior, nos oculta el verdadero desierto.

Una de las más extensas hiperrealidades, capaz de recubrir los cinco continentes con el vigor de su ramaje tapizante, es la creada por el feminismo, un mapa sin arrugas ni fisuras que los poderes públicos y los medios de comunicación restauran y enriquecen cada día. Veamos algunos de los accidentes más destacados de su relieve.

La hiperrealidad ha impuesto la creencia, aceptada sin rechistar por la mayoría, de que el hombre ha sido el opresor milenario de la mujer. La realidad evolutiva, prehistórica e histórica es que el hombre ha sido el “sexo barato” de la especie, el que ha arriesgado de modo natural su vida para proteger al sexo reproductivamente más valioso y a los niños, garantía de supervivencia del grupo. Esto no es opinable, es una simple constatación científica.

La hiperrealidad, que nadie pone en duda, dice que la mujer está discriminada salarialmente. La realidad es que incluso los estudios sindicales que proclaman esa tesis por afuera, reconocen su falsedad por adentro, en los datos de sus páginas interiores.

La hiperrealidad retrata a la mujer como la cenicienta del mundo laboral. La realidad es que el 97% de las víctimas de accidentes laborales mortales son hombres.

La hiperrealidad, objeto de fe ciega universal, considera que todo maltrato de pareja es machista. La realidad, avalada por cientos de estudios, es que la mujer maltrata tanto o más que el hombre en la pareja y, con gran diferencia, la principal iniciadora de las agresiones físicas.

La hiperrealidad universalmente aceptada es que el maltrato familiar es un comportamiento exclusivamente masculino. La realidad es que el maltrato infantil es perpetrado principalmente por la madre biológica, como muestran las estadísticas oficiales estadounidenses e incluso algún estudio español.

La hiperrealidad visible a todas horas son las políticas “de igualdad” que exigen trato de favor y cuotas para la mujer. La realidad es que las mujeres son mayoritarias en las profesiones sanitarias, docentes o judiciales, sin que nadie solicite reequilibrios en ellas, y que la masa de excluidos sociales, vagabundos y mendigos es casi exclusivamente masculina, sin que tampoco haya alarma social por ello. En Europa, los porcentajes de personas sin hogar, desglosados por países, se sitúan en el intervalo 75%-85% para los varones y en el intervalo 15%-25% para las mujeres (estudio del European Observatory on Homelessness, página 61)

Por último, a pesar de varios decenios de construcción de hiperrealidad y constante adoctrinamiento social sobre la lacra social por antonomasia –la violencia machista-, la realidad es que ninguna de las 2.500 personas encuestada por el CIS para su barómetro más reciente (exactamente, el 0,0%) considera que esa violencia se halle entre los tres problemas que más le afectan (véase el cuadro de respuestas a la pregunta 8 del barómetro de noviembre de 2015).

Para los políticos y los medios de comunicación, con contadas excepciones, sólo existe la hiperrealidad creada por ellos, que cultivan y enriquecen con esmero. Debajo está el inframundo en el que nos movemos los aguafiestas de siempre, con nuestras tímidas verdades científicas y nuestros escuetos andamiajes racionales, ignorados con desprecio en el lado ornamental de la tramoya, donde resplandece con brillo cegador la hiperrealidad de todos los actos oficiales, las políticas gubernamentales, los medios audiovisuales, la prensa en papel y digital, los organismos internacionales y todo el mundo mundial. Debajo, ya digo, apenas un pasadizo entre bastidores donde tirita la humilde lamparilla de la verdad y la razón.



Añadiduras


La huelga de las mujeres

El 8 de marzo de 2018 fue una jornada histórica para la revolución feminista: la huelga general de las mujeres. Todas unidas, sin distinción de clases: banqueras, actrices, profesoras, obreras... En realidad, la inmensa mayoría de las mujeres se limitaron a encogerse de hombros, y todos los servicios funcionaron con normalidad. Pero, según la valoración unánime de los medios de comunicación, la jornada fue histórica, una gran victoria del feminismo. Victoria... ¿contra quién? ¿Contra los hombres? No, que va, los hombres fueron los primeros en aplaudir y sumarse a la iniciativa, como hacen siempre en tales casos. Este es el meollo de la cuestión y la gran paradoja del feminismo desde sus orígenes: que se trata de una batalla librada contra los hombres... con la ayuda incondicional y entusiasta de los propios hombres. La gran guerra del feminismo contra los varones se ha ganado, sobre todo, con la ayuda de los propios varones. Cuando gritan con las tetas al aire para pedir aborto gratuito, las muchachas de Femen no están haciendo la revolución, sino simple teatro, una performance nudista frente a un público bastante benévolo, sobre todo en su mitad masculina. Nada comparable a los obreros que antaño se enfrentaban con piedras a una carga de caballería. A decir verdad, la gran huelga feminista fue algo así como hacer novillos: una chiquillada.


Huelga en el mapa

Un buen ejemplo de la disociación entre hiperrealidad y realidad nos lo ofrece la "huelga de las mujeres" celebrada en España el 8 de marzo de 2018. La huelga tuvo un enorme éxito en la hiperrealidad: periodistas y políticos no hablaron de otra cosa durante varios días, y los ecos de la huelga siguieron oyéndose durante meses. Hubo un consenso unánime en que era obligatorio escuchar el mensaje social transmitido por la huelga y obrar en consecuencia, adoptando las medidas legislativas pertinentes. Sin embargo, si descendemos al plano de la realidad, la supuesta huelga de la mitad de la población, convocada bajo el lema "Si nosotras paramos, se para el mundo", no consiguió paralizar ni un solo servicio en todo el país. Hubo algunos cortes aislados de carreteras y vías de tren, pero para eso bastó con la presencia de algunas docenas de exaltadas. La huelga no existió como tal en el territorio. Sólo en el mapa trazado por los medios de comunicación. Sin embargo, todo el mundo quedó convencido de que fue un éxito histórico.