Escuela de calor

A lo largo del verano he tenido ocasión de leer los recurrentes y consabidos artículos periodísticos que, aprovechando el tirón de cada ola de calor, hablan de drásticos aumentos de temperatura durante los últimos decenios y de nuevos récords caniculares que pulverizan los del verano anterior. No voy a entrar en valoraciones sobre el cambio climático en sí, ni sobre la parte de responsabilidad que corresponda a la actividad humana en ese cambio. Lo único que pretendo es utilizar el fenómeno político y mediático creado en torno al cambio climático como laboratorio de sociología y observatorio de ciertos comportamientos colectivos.

Por razones de trabajo, he viajado desde Madrid a zonas europeas más frías donde personas muy cultas, sensatas, ponderadas y conocedoras de muchos países y climas me han expresado, como charla de café, su profunda preocupación por la evidente escalada de temperaturas. Un ingeniero con aficiones agrícolas me ha comentado que la fruta que recoge en su huerta ya no es como antes, que tiene menos sabor, que el cambio climático precipita la maduración y nada es como era. Otro contertulio acaba de regresar de un largo periplo por el interior de Francia y asegura que la gente está desesperada, preguntándose cuándo va acabar esta pesadilla de temperaturas insoportablemente elevadas. Otro asegura que el agua de las playas de Palermo, donde reside, es mucho más cálida ahora que hace veinte años, vamos, que ni punto de comparación. Un buen amigo, con el que suelo coincidir en opiniones y pareceres, está también convencido de que las canículas de ahora son mucho más tórridas que las de hace treinta años. El consenso parece universal: los veranos son mucho más calurosos que antes, y aquellas copiosas nevadas de nuestra infancia hace tiempo que no han vuelto a verse. Mais où sont les neiges d'antan?, se preguntan todos, como hiciera François Villon hacia 1460, quizás también inspirado por el cambio climático de aquella época, tan cálida como la actual.

Por mi parte, tengo recuerdos nítidos de otros veranos de Madrid, hace casi cuarenta años, y de aquellas oleadas de calor africano que convertían las cabinas telefónicas en asadores de pollos. Entre la memoria de calores de mis colegas y la mía, la contradicción es candente. Así que decido buscar aclaraciones en las fuentes del saber oficial, me siento ante el ordenador, abro Google y tecleo: "panel cambio climatico informe". El buscador me pone delante este informe del IPCC correspondiente a 2014, en cuya Introducción puedo ya leer lo siguiente:

"Los datos de temperatura de la superficie terrestre y oceánica, combinados y promediados globalmente, calculados a partir de una tendencia lineal, muestran un calentamiento de 0,85 [0,65 a 1,06] °C, durante el período 1880-2012, para el que se han producido de forma independiente varios conjuntos de datos".

Por suerte para mis pesquisas, el apartamento en que vivo tiene en cada habitación un termostato de precisión que muestra en su visor la temperatura ambiente, con desglose de décimas de grado. Tres habitaciones y un salón: en total, cuatro termostatos, que registran las temperaturas siguientes: 25,5º - 25,4º - 26º - 25,7º. Es decir, entre la temperatura más baja y la más alta hay una diferencia de 0,6 ºC. Voy de una habitación a la otra, pero no consigo notar esa diferencia de temperatura. A pesar de que visto camiseta, pantalón corto y chanclas, los receptores sensoriales de mi piel no perciben los desfases térmicos de cada estancia reflejados en los respectivos termómetros. Me despojo de la camiseta. Me sitúo cerca del termómetro que marca 25,4º. Luego, voy al que marca 26º. Mi piel desnuda no percibe la diferencia.

En resumen: por un lado, estando semidesnudo en mi casa, no consigo percibir una diferencia de 0,6 ºC; por otro, la gente en general parece firmemente convencida de que 0,8 ºC hacen que los veranos sean muchísimo más calurosos que antes, tal y como ratifica la prensa reiteradamente. Los 0,85 ºC del IPCC, divididos entre 132 años, representan como promedio un aumento interanual de 0,006 ºC entre un verano y el siguiente. ¡Y la gente asegura que ahora hace muchísimo más calor que hace veinte o treinta años, y los periodistas nos auguran cada verano un apocalipsis térmico inminente! Nuestros corpúsculos de Ruffini no son capaces de distinguir una diferencia de temperatura de 0,6 ºC entre dos habitaciones y, en cambio, estamos seguros de percibir y sentir el sofoco que provocan 0,8 ºC ¡repartidos a lo largo de 132 años!

Lo cual nos lleva a concluir que el cambio climático más preocupante no es el que está afuera, en la calle, sino el que calienta y reblandece nuestros cerebros. El que nos han inculcado, desde la política y el periodismo, nuestros mentores cotidianos, capaces de convertir los molinos en gigantes. Simplemente porque nadie -y sobre todos los periodistas, que tienen la obligación de informarse antes de escribir- se molesta en teclear "panel cambio climatico informe" en Google. Y si es tan fácil inducir en la sociedad falsas sensaciones físicas, como las de frío y calor, cómo no va a serlo instilar convicciones ideológicas, aunque sean disparatadas. ¡Qué título premonitorio, el de la "Escuela de calor" de Radio Futura! ¡Qué bien aleccionados estamos en la llamada sociedad de la información, aprendiendo en nuestra escuela de verano a sentir más calor del que realmente hace y así, de año en año, ascender en los círculos iniciáticos del gregarismo político hasta alcanzar los niveles supremos del pensamiento único e indivisible!



Algunos datos locales

Mi Pepito Grillo particular me dice que las temperaturas globales no tienen por qué coincidir con las locales, y que las diferencias de temperatura en un lugar específico pueden ser muy superiores a esos promedios globales. Así que decido hacer alguna comprobación a nivel local y considerar las temperaturas registradas por las estaciones meteorológicas más próximas, lo que me permite comprobar que la subida de temperaturas registrada en los últimos decenios tampoco alcanza una magnitud que pueda ser percibida por nuestros sensores biológicos.

Véanse, por ejemplo, los siguientes gráficos, elaborados a partir de los datos registrados en varias estaciones meteorológicas de Madrid. Como puede observarse, la variación de las mediciones locales correspondientes al mes más caluroso del año se mantiene por debajo de un grado para los períodos indicados, salvo en el caso del Retiro, en el que es más visible el efecto "isla de calor" inducido por los grandes desarrollos urbanísticos del siglo XX. Claramente, esas variaciones, distribuidas a lo largo de períodos tan largos, son inapreciables a escala biológica.

Temperaturas en julio - Puerto  de Navacerrada

Puerto de Navacerrada - Temperatura media en julio, 1946-2012



Temperaturas en julio - Colmenar Viejo

Colmenar Viejo - Temperatura media en julio, 1978-2012



Temperaturas en julio - Barajas

Barajas - Temperatura media en julio, 1951-2012



Temperaturas en julio - Retiro

Retiro - Temperatura media en julio, 1895-2012



Gráficos elaborados a partir de las Estadísticas Históricas del Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid.